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lunes, 5 de diciembre de 2011

La nada misma

Eran las tres de la mañana, yo volviendo a mi casa, caminando por las calles de buenos ayres. Habíamos salido todos a una fiesta, la pasamos muy bien. La cuadra de mi casa estaba muy sola; si mal no lo recuerdo era en blanco y negro. Me paré bajo un árbol para pensar, no quería entrar todabía a mi casa. Se había levantado una brisa fresca que bailaba con mi pelo. La luna me miraba, muy de lejos, y no decía nada. Las nubes iban y venían. Tenía tantas cosas para pensar, pero no quería pensar ninguna. ¿Porqué será? Gracias a Dios tengo pies para caminar, manos para tocar, oídos para escuchar, ojos para mirar, naríz para oler, y lo más importante, la capacidad de sentir (no del tacto, del corazón). Uno dice corazón y piensa que hablamos del amor. El corazón tiene todo. Tiene odio, amor, triztesa, bronca, miedos y todas las cosas más que ya sabemos.
Una hoja cayó sobre mi pelo, la tomé, la miré, la tiré. Volví a tomar mi rumbo. Faltaban solo 50 metros para llegar a casa. Saqué mis llaves, abrí la puerta, abrí la otra puerta, me saqué la cartera y me acosté. No cerré mis ojos, no podía. Tenía que pensar si o si. Hay algo que me obliga a analizar. Y me puse a pensar qué me pasaba. Y me di cuenta que no pasaba nada, y justamente ese era el problema. No pasaba nada. Y ya había pensado demasiado con darme cuenta de eso.

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